Sentenciada dos veces
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Periodista: Eledith Díaz

Premio V Concurso de Mujeres: Voces, Imágenes y Testimonios 2009. Crónica ganadora en la categoría de testimonio escrito. Organización Voces Nuestras.
Estabas en tu taller de costura, te fumabas un cigarro y a tu lado una taza de café negro, negro como tu consciencia. Sabes que tienes un pasado no grato imposible de borrar. La vida te ha marcado de una manera muy singular, hija de una prostituta, mujer de un maleante, hijos que siguieron tu ejemplo. Te encerraron en un calabozo por ocho años, por narcotráfico y aun estas cumpliendo tu condena. Sentenciada dos veces.
Dices que la vida es como una ruleta, si sabes jugarla bien, ganas, pero sino, lo pierdes todo. Y eso lo sabes bien, lo has vivido en carne propia.
Pasaste ocho años en la cárcel descontando tus delitos de narcotraficante, envenenaste la mente y la sangre de muchos. Dices que no te importo nada… tu delirio por el dinero te llevo a cometer muchos errores, desde dejar a tu familia abandonada a su suerte y de llevar a tu hijo a la cárcel por los malos ejemplos.
Amelia, tienes 52 años, naciste un 10 de junio de 1957. En tu cara se dibujan las expresiones que marcan los años de una vida desordenada. Estabas sentada en una sillilla vieja y fea, vistes una minifalda celeste, una blusa blanca, tu cabello está despeinado y llevas unos zapatos rotos. Tienes cinco hijos. Su padre era uno de los ladrones más finos de la época. Le decían “el Chino”. Pasó su juventud en la cárcel, por uno de los tantos robos que cometió, tenía diecisiete cuando cayó en la “Peni”.
Cuentas que desde que lo viste te enamoraste de él. Lo conociste en el mercado mientras vendías números para rifas. Te gusto su profesión de ladrón, te fascinaba que fuera así, un maleante, un hombre sin escrúpulos.
El día que te atraparon, llevabas una buena cantidad de cocaína en tus senos y en tu ropa interior. Te agarro la policía con las «manos en la masa», ya te esperaban en la esquina, estabas a la vuelta de tu casa. Ibas en un carro azul con tu primo Ricardo y en otro carro blanco tú hermana Araceli. Eran muchos oficiales, no sabes de donde salieron tantos, pero allí estaban esperándote, como el “cordero al matadero”. Te ganaste «un premio» de 8 años en el Buen Pastor.
En tu calabozo, analizabas tu vida desde que naciste y te das cuenta que ha sido muy difícil y cruel. Piensas en tu madre que era una prostituta en la Zona Roja de San José. No sabía leer ni escribir. Su nombre era Flor. Se ganaba la vida vendiendo su cuerpo todas las noches.
Dices que en muchas ocasiones no llegaba a la casa porque la policía hacia redadas y “se la cargaban”. Salía de noche. Llegaba de día. De esa forma ella le daba de comer a tus tres hermanos y a ti. Tu padre te abandono, era un hombre mujeriego y borracho. De él no tienes muchos recuerdos, no supiste que te diera amor ni nada, con costos recuerdas su nombre, Walter. Guardas una admiración profunda hacia tu madre que te dio la vida. Murió de cáncer en el estómago, hace más de veinte años.

Vives en San José, me cuentas que mientras vendías droga, vivías muy bien, dabas a tus hijos los gustos que querían, tenias dinero sucio y fácil a montón. Apostaste en la ruleta y lo perdiste todo y de la noche a la mañana te viste frente a un juez, esposada, rodeada de policías. Te sentenciaban a vivir ocho años en una cárcel. Tus hijos y tu familia quedaron abandonados.
Recuerdas que le dijiste a tu hermana que cuando salieran a llevar los pedidos de la droga, no deberían ir juntas por si acaso las atrapaban.
Pero ese día no fue así. Llevabas más de 100 gramos entre los senos y entre la ropa interior, llegaste a la vuelta de la esquina, tu casa estaba como a 50 metros de la misma, allí te esperaba la comitiva de policías. No ibas sola, ibas con tu hermana y tu primo, él era como un robot para ti, hacia lo que le pedias. Tu hermana llevaba 4 paquetes mas entre sus senos. El agente del O.I.J. se descuido un instante, le pediste los paquetes que ella cargaba y te los echaste en tu ropa interior, lo hiciste con la intensión de salvarla.
El agente te preguntó qué te habías guardado, tu le contestas “ni verga, no me estoy guardando ni verga”. En ese momento sentiste que el mundo se te vino encima. Dices que empezaste a temblar, que te pusiste pálida. Te registraron y encontraron la mercancía. Sabias que te habías hundido. Ya no había vuelta hacia atrás. Te cargaron como a un perro en un cajón, esposada y contigo, los demás. El castillo que habías construido hacia 16 anos, se derrumbo en tan solo un instante.
Cuando decidiste vender cocaína, tu hermana y tú se dedicaban a atender una pensión de prostitutos gais que estaba ubicada frente al cine Líbano en la Zona Roja. La pensión se llamaba “La Rosa Azul” la había heredado tu hermana Araceli al morir tu madre. Era un buen negocio, pero querías ganar más. Te habías endiosado con el dinero y allí al lado de la pensión habías descubierto una minita de oro, la forma de ganar dinero sucio, arriesgado pero fácil.
Estabas embarazada de tu hija menor cuando entraste al negocio de la droga. Hace dieciséis años. Conseguiste quien te vendiera la droga. Compraste un tubo de ensayo, una romana de pesar oro, aprendiste a preparar la piedra con un poco de bicarbonato y una buena dosis de droga e hiciste el gran negocio de tu vida. Nunca imaginaste que caerías y que pagarías muy caro tu ambición.
Dices que eras una mujer muy fácil, te catalogabas como una “alborotada” no pensabas con la cabeza, por esa razón tu madre no te dejo la pensión. Preferías ganarte el dinero de otras formas, acostándote con cuanto hombre conocías. “Aprendiste muy bien el oficio de tu madre”. Cuando las agarro la policía, a tu hermana y a tu primo los dejaron libres y a ti un mes después. Seguiste vendiendo drogas, volviste a delinquir. “El negocio llego a la cima”.
Sin embargo, la experiencia vivida días antes no fue suficiente, ya estabas en la mira de los agentes del O.I.J. La policía les dio el nombre del primer tráfico exprés, hasta ese momento único en su estilo en Costa Rica.
Dices que la segunda vez que caíste presa en la cárcel fueron las llamadas de teléfonos intervenidos entre tu casa y la reforma, donde uno los presos te pedían suficiente droga, marihuana y de la buena, porque era para vendérsela a los “tavos” de la Reforma. Hablaban descaradamente “al chile picante”, la red estaba por teléfono.
No era una banda narcotraficante porque entre tú y los otros no se conocían, cada uno trabajaba por sí solo. Ese día cayeron todos.
La primera vez que te sentenciaron estuviste tres años y tres meses, los demás días los cumpliste con un beneficio en tu casa. Sin embargo, faltándote un mes y veintiocho días para terminar tu primera condena, volviste a caer otros cuatro años. Dices que no escarmentaste y volviste a reincidir, “te volviste a comer otro canazo”. Esta vez si te encerraron tras las rejas junto con tu hermana.

Dices que tu peor experiencia fue la sentencia, porque cuando te viste rodeada de agentes de la O.I.J., de la policía y de la prensa; te recorría el sudor, pensabas en tus hijos, en la vida dentro de esas cuatro paredes y en la libertad que perdías. Te esposaron, te sentías el ser más bajo, humillada, sentías que la gente te veía como un vil gusano. Te voltearon para atrás. Te piden que te levantes y por último, el Juez te dice: esta sentenciada a 4 años más de cárcel por narcotráfico. Y dices, aquí se acabo todo…
El tiempo trascurrió tan rápido que cuando te diste cuenta ya estabas en un cajón y luego en el Buen Pastor. Entraste con tu hermana, te mandaron a un cuarto con quince mujeres, peleaste para que te dieran uno pequeño de tres mujeres, lo único que agradeces es que dentro de esa celda, no se dan a las “tortillas”, porque no estás de acuerdo, ni dentro ni fuera de la celda. Tus compañeras de celda eran tu hermana y una muchacha que había matado a sus padres y a su hermano. La cual ya conocías desde hacia tiempo.
Dices que tu hermana empezó a llorar y a lamentarse por la pena que le esperaba.
Tú estabas tranquila, ya habías probado el “acido” de ese encierro. Cavilabas en que las cabezas pensantes se cayeron y ahora estaban encerradas en el Buen Pastor, todo lo que tenían se fue, el castillo de arena se lo fue llevando el viento y lo que había venido tan fácil se había ido como el agua. Tus hijos empezaron a padecer hambre. Las cosas que tenían en abundancia ya no estaban. Tu hijo empezó a cometer robos en supermercados y luego a robar carros, también fue a dar la cárcel, a la Reforma, fue sentenciado a seis años y medio. Cuando te enteraste lloraste amargamente lo sucedido, deseabas volver el tiempo atrás, pero lo “hecho, hecho estaba”, no había salvación para él y menos para ti.
Tu hija a la cual le decías la China, empezó acostarse con cuanto hombre encontraba hasta que quedo embarazada.
Pasaron los años en la cárcel, tus hijos se han perdido todo, te dieron libertad condicional. Tienes un año y ocho meses de estar en la casa, el 11 de enero de 2008, terminaste tu condena. Eres consciente del daño que hiciste; mentes enfermas, madres que sufrieron por la droga que consumían sus hijos, de las veces que robaban para comprarte el néctar que envenena el alma y el cuerpo.
Hoy sentada en esa silla de tu cuarto, donde tienes unas cuantas maquinas de coser, con la cual te ganas el pan de todos los días cosiendo, oficio que aprendiste en esas cuatro paredes donde te encerraron, se asoma por la ventana una luz de esperanza. Miras atrás y te das cuenta de todo lo pasado, miras a tú alrededor y ves que no ha cambiado nada. Solo has cambiado de sitio y de casa. Y mientras piensas en lo que vas hacer, tomas ese jarro de café negro y te fumas un cigarro, y piensas en recobrar tu dignidad como mujer, como ser humano y dices que te has arrepentido, que fue un pasado cruel y despiadado que te deparo el destino.
Amelia, hoy eres testimonio de que se puede cambiar a pesar de las condiciones difíciles que te toco vivir, por eso escribí tu historia, eres una mujer nueva, admirable, te armaste de valor, tomaste la decisión de cambiar tu vida, recuperaste tu dignidad, tu coraje, conseguiste un trabajo cosiendo, gracias al nuevo oficio que aprendiste en la cárcel y ahora te ganas la vida honradamente “como manda Dios”.

Directora de la Revista La Reporteracr. Bachiller en Periodismo y Licenciada en Comunicación de Masas de la Universidad Federada San Judas Tadeo. Colegiada. Me encanta escribir y tengo muchos sueños y metas por cumplir.